La Cuarta Revolución Industrial cuestiona todas las dinámicas y estructuras económicas que eran válidas hasta la crisis de finales del siglo XX. 

Los llamados espacios inteligentes (Smart cities, Smart Farms…) no son solo entornos a la vanguardia de la tecnología. Deben ser, sobre todo, una oportunidad para generar lugares amables, donde habitan y trabajan las personas. Asimismo, tenemos una tarea pendiente con el entorno rural y la lucha para frenar la despoblación. 

El siglo XXI se caracteriza por un mundo más fragmentado, sin reglas de juego comunes ni instituciones multilaterales válidas, que contrasta con el proceso de convergencia internacional que marcó el siglo XX. En mundo multipolar y en un momento en el que EEUU ha optado por una postura individual y Europa se debate en divisiones internas y planteamientos populistas, es necesario revisar y poner en contexto los valores europeos de progreso, democracia, protección, sostenibilidad y humanismo. 

Para transformar, integrar y generar esas organizaciones y empresas emergentes es necesario un nuevo liderazgo. 

En esta etapa de cuestionamiento de las instituciones vigentes, se ha abierto una brecha entre el individuo y los poderes, que no son tan obvios en un mundo tecnológico. Es preciso articular un nuevo entramado de organizaciones que ayuden, desde un enfoque inclusivo, a integrar a las personas en esta sociedad compleja. Deben ser organizaciones con propósito, capaces de aportar y estar comprometidas con los ciudadanos y el entorno. 

Con la Cuarta Revolución Industrial, los desarrollos tecnológicos prevalecen en la actividad económica. Es preciso resituar a la persona en el centro para que la tecnología sea una herramienta al servicio del progreso humano y no algo ajeno.